Las grandes corporaciones tienen la llave para salir de esta
crisis, pero han decidido utilizarla para usos bastante más egoístas. Aquella
idea de que toda empresa, por el hecho de obtener un beneficio económico de la
sociedad también tiene una responsabilidad para con ella, ha ido desapareciendo
conforme las corporaciones multinacionales se han ido haciendo más grandes.
Originalmente las empresas tenían un solo empresario o bien
un grupo reducido de ellos y hacerles sentir responsables no era muy difícil. De
hecho, la responsabilidad es una necesidad de las pequeñas y medianas empresas
porque su futuro depende de cómo sean capaces de cumplir con sus compromisos. Desgraciadamente,
una vez acabó la crisis de los 70, las grandes empresas descubrieron que era
más fácil fagocitar a las pequeñas y
medianas empresas que habían estructurado el negocio de un país que crear una
estructura nueva para competir. Fruto de estas políticas ahora los mercados
están gobernados por las grandes corporaciones que se han cargado las
estructuras productivas locales y han trucado los mercados donde los clientes
se ven obligados a comprar lo que ellos venden en lugar de lo que realmente
buscan. De este modo han violado el compromiso que toda empresa tiene con los
mercados, pero también han violado todo tipo de compromiso con sus sociedades,
ya que no han dudado en abaratar costos deshaciéndose de ingentes cantidades de
trabajadores y abaratando sus salarios.
Nadie duda de que esto por sí solo ya es muy malo para la
sociedad, pero estas grandes corporaciones, que además lo controla todo, no
tienen ningún sentimiento de culpabilidad en su cima social, porque ahora ya no
existe un empresario capitalista que la dirija, ahora es el reino de unos
tiburones que deciden por unos dólares más o menos, pero cuya responsabilidad sobre sus actos está
desaparecida psicológica y legalmente. Estos nuevos directivos se limitan a
obrar sobre unas cifras que en ningún momento se atreven a valorar como
personas individuales y menos aún como sociedades enteras. En el fondo saben
que sus acciones empobrecen a países enteros y que sus individuos, tarde o
temprano, ya no estarán capacitados para adquirir los productos de sus
empresas, pero eso no les importa porque a cambio han obtenido unos beneficios
personales que ellos creen que van a sobrevivirles varias generaciones.
Telefónica es un ejemplo más en esta dinámica que ha creado
un nuevo mundo incapaz de superar la actual crisis. Puede que la chispa que
encendió la crisis no fuese el citado problema, pero con los actuales índices de
paro son el combustible perfecto para mantener el estado de ruina permanente. Y
es curioso como estas mismas empresas ven reducir sus ingresos y ninguna de
ellas es capaz de cambiar la tendencia. De hecho nuestro país aún ha obrado peor
pues ha contratado a ingentes cantidades de expolíticos y familiares de estos,
para convertir a este estamento oligárquico en sus cómplices. A nadie le puede
extrañar pues, que se repartan más
nóminas con el membrete de Telefónica en la calle Génova que en la ciudad de
las telecomunicaciones. Entre tanto, con una vuelta más de tuerca, la empresa
que en su día tuvo más de 65.000 empleados, hoy apenas da empleo “responsable”
a unos 18.000, mientras sus beneficios se han multiplicado por 300%. Eso sí,
una reducción momentánea de esos beneficios en un 20% ya es óbice para diseñar
otra campaña de precarización laboral. El problema es que cada precarización
que una gran empresa realiza, se convierte en una nueva línea de fichas de dominó que caen,
una tras otra reduciendo el consumo y generando que otras empresas reduzcan a
su vez los beneficios. Con esta reducción las empresas más empobrecidas caen y
la crisis va en aumento derribando más y más fichas de dominó.
Solo el compromiso de las grandes multinacionales a no
precarizar los recursos de la ciudadanía, manteniendo puestos y salarios (como
hizo Toyota en los 70) e intentando no encarecer sus productos a costa de
reducir su margen de beneficio, puede salvarnos de la hecatombe reflotando la
economía. Pero mientras persista el egoísmo belicoso de las grandes directivas
todo está perdido… pero no solo en España. Poco importa si existe o no un
rescate, la próxima vuelta de tuerca en la máquina de ganar dinero puede ser la
que finalmente la rompa.
Relacionados con este artículo también podéis buscar en
internet estos otros dos que os aportarán sendos nuevos puntos de vista sobre
la problemática actual y a la que no es ajena Telefónica:
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