Un poco más sobre lo que se nos viene encima.

El mundo de las telecomunicaciones está lleno de ejecutivos unidireccionales a quienes les importan un rábano los clientes, los accionistas y, especialmente, los trabajadores. Con tales trepas trapisondos al mando, las empresas del sector pretenden vender aire a precio de oro y, a poder ser, pagando el mínimo posible a sus empleados y ligando accionarialmente a sus proveedores.

Como ya habrán entendido los más avispados no estoy hablando de ninguna empresa en particular, ni de ningún país en concreto. Es más, posiblemente este pirateo capitalista sea exportable como explicación de muchos otros sectores.

No obstante, hablando de localidades, en algunas formas de actuar podemos diferenciar claramente el comportamiento de una gran empresa española y una alemana en tiempos de crisis. Es cierto que las empresas de telecomunicaciones alemanas redujeron mucho sus plantillas en otros tiempos, cuando no se hablaba de crisis (en España, Telefónica no fue menos, fruto de ello los 65.000 empleados que eran en 1990 han quedado reducidos hoy a menos de la mitad), pero hoy, una empresa respetable germana no se podría permitir semejante hazaña. Vemos como las grandes empresas alemanas afianzan sus plantillas mientras hay beneficios y generan expectativas para el mañana. En cambio, nuestra empresa abanderada solo piensa en la forma de reducir los gastos departamentales sin racionalidad alguna, despedir un gran porcentaje de empleados y, eso sí, aumentar el dinero de unos ejecutivos que cada día demuestran mejor su ineptitud y falta de compromiso con los deberes de la empresa y la sociedad a la que esta debe dar servicio.

Hablemos de estos ejecutivos que usan y abusan de prácticas empresariales americanas que al otro lado del Atlántico ya fueron erradicadas por antieconómicas. Venden a sus empleados la noción de equipo y orgullo de empresa y al tiempo desestabilizan continuamente sus circunstancias, buscan diferencias y cambian las señas de identidad de la empresa. Mueven y remueven todo con el único objetivo de generar inseguridad y ansiedad en sus empleados en un mobbing global al que no falta la colaboración de algún sindicato. Fabrican un mundo donde innovación, asertividad, eficacia, sinergia… y otros términos similares, no son más que palabras vacías donde esconder un único objetivo: “ellos mismos”.

Crisis, nos repiten hasta la saciedad los liberales, significa también oportunidad. Pero nuestros líderes empresariales entienden que esto es sólo para sus bolsillos. Dicen que se han reducido los beneficios, pero no buscan solución a eso. Precisamente en estos días se habla del cierre de PC City, una enorme cadena de tiendas de informática y que podría ser una magnífica oportunidad para otro tipo de ejecutivos de Telefónica. La adquisición de esta cadena podría servir como plataforma para los productos de la compañía de telecomunicaciones, más aún cuando ya poseía un departamento de soluciones empresariales a las que se podrían adicionar todos los productos que ya hoy Telefónica comercializa. De este modo se podría compensar la supremacía tomada por la competencia en relación a otras grandes superficies, pero con la ventaja de tener una división empresarial de gran formato.

Sé que esta sería la opción que tomaría una empresa alemana en su país, pero por algo la economía de Alemania crece mientras la nuestra se mantiene al nivel de las aptitudes de nuestros ejecutivos (bajo mínimos). Aunque sus remuneraciones no parecen estar a la par.

Otro ejemplo de falta de visión comercial ha sido la substitución de la preeminencia del término Telefónica como denominación por el de Movistar. Posiblemente fuera de nuestro país lo conocieran mejor (lo dudo), pero en el nuestro (sobre todo tras el escándalo de los despidos en móviles) no es así. Hablaban de que la palabra Movistar no contenía recuerdos negativos, aunque la falta de inversión que llevó a aquella desacreditación de la era Solana ya queda muy olvidada. Tal vez temen la publicidad en internet generada bajo la denominación “Timofónica” acuñada durante las campañas descabelladas  de iniciativas comerciales de nuestros líderes, pero olvidan al hermano malvado de la “M” de Movistar. Los jóvenes hablan hoy del hermano borde de Mario: Wario. De igual modo también aquí han dado la vuelta a la M y hablan de Womistar y, lo que suena peor: Womitar.

Así, ¿qué han ganado con el cambio de nombre? Pues en primer lugar que no se siente orgullosos de la empresa que dirigen ni de una historia que dice que en su momento fue la empresa que lideró los cambios tecnológicos de Europa hacia las redes de datos. Y eso en una época que todo estaba en nuestra contra. En segundo lugar desperdician el prestigio que hay detrás del primer nombre y que supone un sello de calidad para todos esos clientes que aún es eso lo que buscan. Claro, que si están empeñados en deshacerse de esos duendecillos que hacen que todo funcione y externalizar sus labores a las manos de obreros explotados y mal pagados (para más información ver http://teleafonica.blogspot.com/ ) que van a dar un servicio igual o peor del que tiene la competencia (que por ley es más barata), qué sentido tiene.

Seguramente se está abriendo el camino para arruinar lo que fue Telefónica: primero se deshicieron de su tecnología propia, luego de parte de sus propiedades inmobiliarias y ahora de las personas que poseen los conocimientos básicos que marcan las diferencias con la competencia. Ante estos movimientos uno mira el valor de las acciones de esta compañía y se da cuenta del engaño. Sobre todo si recordamos que en su día se adquirió la filial argentina con el dinero de las pensiones. Si Telefónica está basando su valor bursátil en la deslocalización y en la entrada de sus servicios en los nicks, la deducción es obvia: el valor accionarial está muy inflado porque sus beneficios se sustentan en incógnitas por un lado y en descapitalizaciones por el otro. ¿Cómo puede una empresa que pretende ser global en el sector de servicios, perder de vista sus responsabilidades sociales y sus valores locales? Muy fácil, pensando como aquellos ejecutivos norteamericanos que empezaron a aparecer en los años setenta y llevaron a la quiebra a empresas como Pam American y ENRON. Ejecutivos que sólo son capaces de ver sus propios ombligos.